Recién graduada, la joven profesora de Historia se
enfrenta a su primera clase. Lo que más la sobrecoge no es el silencio y la
docilidad de sus alumnos, sino la extrañeza de ejercer un poder que siente
ahora suyo. Todo profesor ha sentido esta experiencia, se dice a sí misma. Si
quisiera, podría alterar la visión de estos niños: mezclar hechos comprobados
con datos subjetivos, alterar la propia historia. Tan grande es su poder.
Por la
noche, preparando la lección del día siguiente, revisa el manual de curso y
comprueba, ya sin sorpresa, que quienes escribieron el programa se le habían
adelantado.
© Manuel Sosa
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