Vistas de página en total

lunes, 1 de mayo de 2017

Pérdida del enemigo clásico

Desafortunado aquel que carezca de adversarios. Y condenado a envilecerse aquel que no sabe distinguirlos de los enemigos. Pero entonces, ¿adónde va quien deja de respetarse a sí mismo por no respetar al contrario, quienquiera que sea? Alguna vez existió un código, tácito, que nos guardaba de la victoria total y sus excesos. Porque al enemigo habrá que dejarle un margen, aunque sea mínimo, para que su integridad humana siga intacta. Si es difícil mantener una justa honrosa, más difícil es ganarla y no mancharnos de soberbia.
   Discutir, hoy, es un acto ilusorio. Podemos gastarnos en practicar rivalidades a través de la ironía, las sutilezas y los sarcasmos, pero son figuras excepcionales en este campo que hemos heredado sin merecerlo. Un campo donde abunda la saña y la degradación.
   Contender significa, para las guarniciones que se adhieren al credo corriente, ganar sin que importen los procedimientos: golpes bajos, epítetos ordinarios, acusaciones sin pruebas, autoelogios desmesurados, revelaciones íntimas e innecesarias, juegos fáciles de palabras, verbosidad anónima, publicación de correspondencia privada, amenazas, intrepidez virtual sin ánimo de verificación real, repartición de sobras a los seguidores, falta de originalidad argumental. Y más falaz aún: ausencia de estilo e ingenio.
   Ganen o pierdan, el resultado será el mismo: una oportunidad perdida. Triunfos por omisión, por no presentación. Derrotas no reconocidas y letanías que enumeran culpas ajenas. Siempre habrá motivos para el alarido impune. Al pisar la arena, los contendientes forzarán el brote de la sangre con las viejas ansias con que alguna vez  mendigaron la paciencia de los espectadores.
   Si al bufón se le concediera la victoria, el anfiteatro aplaudiría con el mismo entusiasmo.

© Manuel Sosa

No hay comentarios:

Publicar un comentario