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lunes, 23 de octubre de 2017

21st Century Schizoid Man

Es un mecanismo de defensa: creemos renunciar a lo que tanto anhelábamos hasta hoy, cuando en realidad nos han ido apartando, sin haber caído en cuenta. No fue nuestro arbitrio, ni el despecho que ahora manejamos con naturalidad; el nudo se fue deshaciendo, imperceptiblemente, hasta dejarnos libres. Y tal flaccidez no es otra cosa que el despojo del ideal que nos mantenía despiertos, escribiendo, ensayando las retóricas convincentes. Era una sombra del pasado, era una mujer, o un árbol que no derribaban las fuerzas telúricas. Un coro imaginario, que creímos real. Pudimos ignorar la dicha mostrada como calamidad, el adagio que repetíamos a solas, ya tarde: “Fue nuestro, y no lo supimos nunca.” Cada quien sigue atado a su instrumento, o a lo que le arrojaran de limosna, por soltar lastre. Nos hemos engañado a nosotros mismos. Donde resonaba una melodía y su eco grato, existía una sima infranqueable. Donde relucían letras sobre pergaminos traídos de ultramar, faltaba el sentido que se ocultaba detrás de la sonoridad. Donde se insinuaba el deseo, asomaba el cansancio de una forma. Donde se anunció el viaje para el reencuentro, se cortaban las amarras. Cuando pensamos morir de éxtasis, las puertas se fueron cerrando. Sin respuestas, golpeamos las paredes y vertimos ceniza sobre las losas. Finalmente, abjuramos de esa pasión pasajera, formulada sobre la base de la nostalgia. Y es duro reconocerlo: no tuvimos que renunciar a nada. Así manteníamos el orgullo intacto, creyendo tener peso sobre las circunstancias. Esa sombra del pasado, esa mujer o ese árbol nos habían borrado de sus ámbitos, desde mucho antes. Narcosis, quimera, polvo que se devuelve a la lápida que limpiamos en vano: Cerrados hasta aquí tuve los ojos. Y luego, el otro silencio.

© Manuel Sosa

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