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miércoles, 25 de octubre de 2017

Rehabilitación y Cultura de masas

Otra manera de darle curso al exceso de cultura: verterla en las cárceles. Constituye una excelente iniciativa, si bien ya se usan otros desagües con efectividad: Venezuela, Bolivia, las plazas públicas. El material artístico que se sigue creando ha rebosado la Barataria, y las autoridades deben seguir buscando vías para desahogar tanto espíritu. Si antes sólo las minorías se daban el lujo de apreciar el verdadero arte, ahora deben invertirse las proporciones. La meta consistirá en que el peso de la población cubana ha de tener voz por medio del teatro, la trova, la poesía. Cuando menos la declamación, para aquellos en quienes el sentido imitativo haya opacado sus nunca floridas dotes. No todos podrán ser un Vicente Feliú, con voz desfallecida y todo, pero un Luis Carbonell sí que es accesible al ciudadano corriente.
   Llegará el día en que todos los cubanos se manifiesten, estéticamente, de una manera sesgada; usando el mismo lenguaje de apariencias, pero con dejos emotivos. Si ya han aprendido a usar la máscara cotidiana, el esfuerzo debe ser minúsculo. Con el incremento de las matrículas en las escuelas formadoras de instructores de arte se garantizarán los cimientos teóricos. Nunca estará de más el acumular escritores, pintores, bailarines e instrumentistas. Grato es exhibir una audiencia que aplauda y a la vez ejecute. Inigualable esa satisfacción de un pueblo que sabe teorizar y explicarse por qué se aplaude a sí mismo.
   Las antologías y diccionarios biográficos dejarán de ser un espacio reservado a los escritores significativos. Pronto circularán, en las Ferias permanentes, ediciones de lujo que muestren al mundo cuánta retórica pudiera derivarse del Prototexto, del Enunciado que balancea las ecuaciones sociales hasta eliminar toda preponderancia. Será el verso del vecino, la prosa del transeúnte, la metáfora del viajero, frutos del taller y la convocatoria ya nunca más gremial.
   Las pinacotecas, símbolo de exclusivismo en otras latitudes, se igualarán a la plaza cívica, a la tribuna de la evidencia, donde cada trazo tendrá su justificación lógica y no provendrá del oscuro capricho individual: el arte que miente para conmover. Las galerías no volverán a ser recintos esotéricos y paredes altivas.
   Nada más natural entonces que volver la mirada a la ergástula, donde los diputados que alguna vez fueron juglares o gimnastas han descubierto nichos por colmar. Allí donde un ingenuo hablaría de prevención del crimen, de mejoramiento de condiciones, de cambio social, de apertura económica y eliminación del delito de opinión, ellos han interpuesto sinécdoques, aliteraciones, aprendizaje de escalas cromáticas, fraseo, digitación y técnicas al óleo. Donde un ingenuo aludiría a la composición racial de cada galera, los diputados hablan de galeristas y composiciones para cuartetos de cuerdas. Las únicas fugas permisibles serán las del pentagrama. El pabellón se convertirá en tálamo donde florezcan los epitalamios por venir.
   En un país donde se permiten encarcelar al posible criminal para prevenir que atente contra la ley, no estamos lejos del tiempo en que los aspirantes a la gloria artística se conviertan en malhechores, para así poder divulgar sus obras. Pero si la revolución cultural y la batalla de ideas terminan por imponerse, rehabilitados adentro o estilizados afuera, no importarán tanto las diferencias.

© Manuel Sosa

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