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miércoles, 4 de octubre de 2017

“Cuba, viuda, pasa…”

La etnia cubana se sigue suprimiendo a sí misma, dondequiera que esté. El producto desteñido flota como un trapo al viento, haciéndose pasar por pendón. Los del peñasco rodeado de agua por todas partes hacen de marionetas, un desfile tras otro, coreando consignas y estudiando los párrafos que el concilio redactor del César distribuyen cada dos o tres días. En una esquina del peñasco, los perros de presa, con camisitas azules, husmean a las marionetas. En la otra esquina unos cuantos entusiastas practican el folclor de turno. Un grupúsculo retador (y en realidad no le ha quedado otro remedio que ser grupúsculo, pues ser retador es una heroicidad) escarba en la dureza del peñasco, para no agredir a las marionetas.
   Los que andan dispersos por doquier, siguen aferrados a una idea lejana, a un concepto que se sigue abaratando y que acabará por extinguirse: el ser cubano.
   En la ciudad satélite, allende el mar, un concilio ha decretado futuros encausamientos para los que hoy avasallan a las marionetas. Cabe preguntarse cuántos del concilio, en su momento, fueron marionetas o avasalladores de marionetas.
   De aquella nación altiva y emprendedora sólo queda ese peñasco resbaladizo, sucio y ridículo que hoy insiste en anunciarse como ejemplo de redención.

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