…No sólo ordenar bibliotecas, como diría Borges,
sino construirlas a partir de incautaciones, y así ejercer otro tipo de crítica
silenciosa. Más que ello, descartar la humildad y llenar los estantes de
ejemplares dudosos o ya excomulgados, para interrogarles. ¿Creerían ustedes en
ese privilegio, acaso robado a los dioses, y saberse responsables de tanta
inquietud que gravita, de tanta maledicencia alineada en las sombras?
Porque su
oficio les hace, de muchas maneras, catadores de límites: guardan una frontera
visible y filtran las obsesiones del conocimiento, según el criterio de los
mismos corregidores que acaso alguna vez revertirán la maldición. Y no existen
honorarios que renumeren tanto riesgo, vivir entre cápsulas de algún veneno
vertido con saña y rabia, gastar los días rodeados de figuras imaginadas o
verosímiles, dispuestas a poblar el espíritu de lectores incautos. Un típico
guardián de ergástulas sufriría menos exposición, porque se hace rodear de
culpabilidad demostrable. Un empleado avizor, que se sabe bibliotecario a
regañadientes, adivinaría la terrible carga a sus espaldas, y mantendría la
distancia.
Despejadas
esas premisas, sépase además que hablamos como poseedores cuya avidez nunca
dictará el sentido de sus palabras. Adueñarse de conceptos y objetos implica el
aceptar su pérdida, si al cabo su sentido atrae inquisiciones y desafueros.
Aquí
sobreviene la pregunta: ¿Cuánta inestabilidad política o moral pudiera
infringir el Arte como hecho palpable? Grabados, litografías y códices bajo el
escrutinio de quienes prefieren entender más allá de un momento límite, el que
su hacedor enmarca; libros y documentos que le disputan infalibilidad al Poder,
ironía y agudeza desmitificadoras… ¿Hablaríamos de un canon legítimo si no se
alimenta de su oposición más inteligente? Cuando se estrecha un cerco, sólo el
empecinamiento puede defender a la legión sitiada; la crispación forzosa le
hace indescifrable. Concebir un registro de prohibiciones sólo consigue azuzar
el alma de la contracultura. Los libros malditos sólo han de temer las grandes
tiradas, porque los convierten en libros corrientes. El mercado como aliado del
Poder: ¿no habéis escuchado el lamento de aquellos clásicos que adquieren ese
sello de “lectura obligatoria”?
Y entonces,
el libro que nos falta, retenido por la ordenanza de un país obsesionado por
ortodoxias; el libro que aventura una tesis distinta, punible como las alianzas
secretas. Hasta su textura le delataría ante el Consejo, que juzga cada
desviación en base a una preceptiva cada vez más suficiente en sí, como fuerza
centrípeta buscando el núcleo ilusorio. Sería otro documento, otra pieza de
inventario que se añade al equipaje, de no haber tenido un propósito posterior
a su retención. Porque antes era un libro, y ahora es el Libro. Su eficacia
dependía, con toda seguridad, de su factura arriesgada o de imágenes
excesivamente artificiosas; pero al ser añadido a la colección de un Purgatorio
estatal, ha devenido instrumento de redención. Las circunstancias nos obligan a
esa perspectiva casi cínica, donde no cabe resignarse a una pérdida que no
despierte ecos y reverberaciones.
Hemos
omitido el tópico de la censura, adivinando exceso de celo en quienes
justifican sus horas acariciando el tamiz, y de tal suerte prefieren no regresar
a su patrón con las manos vacías. Podemos anticipar asimismo la curiosidad por
un título, por esos autores que miran desafiantes desde la contracubierta,
alguna frase entreleída y que ha sido juzgada desde la suspicacia. En realidad,
guardamos la íntima esperanza de ganar este reclamo sin llegar al reproche, y
mejor aún: sin ilustrar en demasía.
Si al cabo,
vuestro fallo no favorece al ejemplar incautado en cuestión, nos limitaremos a
tomar nota del suceso, y buscaremos otras maneras de honrar su ausencia.
Imaginaremos el diálogo metafísico que sostendrá con los demás volúmenes que
formen tal Antología Cautiva, la erosión en el alma de quienes prefieren borrar
y silenciar la palabra escrita, el miedo que les hace demarcar más y más
límites. Si tuviéramos que escuchar otra negativa, entonces seguiremos
invocando el libro, seguiremos soñándolo.
© Manuel Sosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario